jueves, 29 de enero de 2009

Lobo Estepario

[Yo, lobo estepario, troto y troto, la nieve cubre el mundo, el cuervo aletea desde el abedul, pero una liebre nunca, nunca un ciervo. ¡Amo tanto a los ciervos! ¡Ah, si encontrase alguno! Lo apresaría entre mis dientes y mis patas, eso es lo más hermoso que imagino. Para los afectivos tendría buen corazón, devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles, bebería hasta hartarme de su sangre rojiza, y luego aullaría toda la noche, solitario. Hasta con una liebre me conformaría. El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche. ¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar una pizca la vida está lejos de mí? El pelo de mi rabo tiene ya un color gris, apenas puedo ver con cierta claridad, y hace años que murió mi compañera. Ahora troto y sueño con los ciervos, troto y sueño con liebres, oigo soplar el viento en noches invernales, calmo con nieve mi garganta ardiente.

Herman Hesse
El Lobo Estepario, 1928

Estamos juntos

[Lo que debes recordar es que si todos estamos solos,
también estamos juntos en eso]

Patricia. P.S. I Love You, 2008

martes, 30 de diciembre de 2008

Voces

Por esa misma razón prefirió aguardar como lo hacen los poetas, los pensantes, los reyes sin nombre. Pero nada servía, nada aquietaba su espíritu. Pensó en las voces que le martirizaban con palabras sin forma... fue aún más amargo saber que tenían sentido, un sentido que no lograba comprender.

Alan Márquez Lobato

jueves, 6 de noviembre de 2008

Nada

Yo sabía de ti, le repitió, y nada es más triste que saber que nada puedo hacer. El momento se extinguió en algo que alguna vez tuvo en la memoria, en la indecisión y la ambigüedad de sus palabras, se arrinconó en ese mar de expresiones que jugaban inútilmente como esperando que ella reaccionara. No fue así, sus voz se hizo desesperada y la mirada furtiva que antes tenía se perdió, se perdió todo lo que quedaba de él, en ese laberinto absurdo que tanto le forzó a reventar sus pensamientos en voz. Nada le había herido tanto como el silencio que emanaba todo su espíritu, y nada le hizo perderse tanto como su mirada lejana y las cónicas palabras que profirió: "olvida todo"

Alan Márquez Lobato

viernes, 31 de octubre de 2008

Aquella noche de octubre

Apartó de si todo sensación que le refugiara nuevamente en aquel caos donde todo se volvía confuso, donde aquella realidad de plasticidades podía deshacerse eternamente sin ningún fin, como un ente circunstancial y por ende profano. Requirió de fuerza para poder sostenerse y como si de un loco se tratase, giro su rostro en busca de algún indicio que le permitiera entender algo de aquello que tanto le atormentaba. Busco en infinidad de rostros alguna característica extraña o inequivocadamente algún momento que pudiera recordar con exactitud y proeza. 

Recordó aquella mujer que tanto le hizo sufrir, y dramáticamente para él no pudo recordar su rostro, sólo la terrible experiencia de traición, de silencio absurdo, meditó por unos momentos antes de darse cuenta que había olvidado mucho, no había sido en vano todo, no tenía mucho sentido aquel recuerdo en medio de tal desolación. Apartó de su mirada toda reflexión y se dispuso como cualquier persona, a transitar esa calle que siempre le pareció un retrato naturista; no se extraño de que deseara andar a pie a pesar de la distancia que lo apartaba de sus labores profesionales, sólo caminó, y por pocos minutos no tuvo esa sensación de que alguna señal estuviera ante sus ojos, una señal de vida o de una verdad que tanto anhelaba, que tanto apetecía por las atardeceres, y sobretodo que tanto reprocho aquella noche de octubre. 
Alan Márquez Lobato

jueves, 30 de octubre de 2008

Palabras

Debió fallar en algo, pero todavía no  lograba entender en qué. Buscó tanto tiempo en sus recuerdos desmembrando las paredes que rodeaban sus emociones y que tanto osaron atarle al silencio. No hubo respuesta, no hubo nada que segara los turbios caminos que emprendía cuando su voz se perdía en ese océano de palabras; ahora lamentaba los designios del tiempo, ahora marchitaba  los recuerdos y todo ese sentimiento que alguna vez unió su espíritu.

Ella simplemente guardo silencio. Él sabía que ella seguía enamorada de aquel que le abandonó, sus sueños eran otros, su silencio tenía esa sustancia.

Aún así, creía que su silencio hacia él no dependía de ese abandono. Pudo volcar las palabras y hacer de su letanía un espacio de oración, pero cada letra le afligía al punto de perder el sentido de lo que realmente quería de ella,  pues su voz se fue extinguiendo como una llama en la oscuridad. No hubo respuesta, no hubo palabras para él. 

Alan Márquez Lobato

miércoles, 29 de octubre de 2008

Abandono

A veces la luz respira con nosotros y suspira nuestros temores, a veces, lo dijo sin pensar, todo es perfecto, todo tiene sabor a buenaventura, a pureza. Tenía algo de razón, sin embargo se abstuvo de creerlo, como si protegiera un libro que no quisiera reescribir. Tuvo miedo de sus palabras, tuvo un cierto escalofrío mas no dejó que las pesadillas inundarán su voz, su gesto, se mantuvo cauto y de vez en cuando desdoblaba su mirada tratando de incorporar algo más que calma, se imagino como los huesos de su rostro lo delataban, como lo hacían ver como un hipócrita, disimuló por unos instantes que se sentía acosado por un sentimiento extraño, una sensación de pavor que no había sentido antes. Fue en ese momento que por fin se dio cuenta que había perdido todo control de su ser y que pronto todos le olvidarían. 

A veces la luz se funde con nosotros, prosiguió con esa mirada de paz que tanto le envidiaba, y uno se da cuenta que todo es posible, que realmente necesitamos creer en nosotros - ahora todo le pareció absurdo y hasta patético, ahora él se sentía arrinconado por aquellas oraciones envueltas de misticismo, ahora era él quien se arrinconaba en los espacios de su mente, buscaba como un desesperado aquellos recuerdos que le refugiaran de aquel lirismo, todo fue en vano porque no hubo recuerdo alguno que sosegara aquel sentimiento de abandono.

Alan Márquez Lobato

lunes, 27 de octubre de 2008

Llamarada eterna

Fue aquella misma tarde que sus palabras se perdieron en el vacío que ahora dejaba su interlocutor, como si la fuerza que perdía cada día se viera reflejado en la lucidez de sus ideas, o en el peor de las casos, el valor de aquellas palabras descendiera conforme él mismo depreciaba sus pensamientos, que ahora escuchaba como tristes metáforas sin sentido, como palabras endebles y ajenas.

Vio como se alejaba y no pudo contener ese suspiro que le atormentaba desde que inició ese intento de reflexión que ahora le parecía, una sátira deshonrosa de la tragedia, una burla del absurdo, una alegoría de esa triste desventura de los miserables. Nunca sus palabras le habían parecido tan extrañas, tan faltas de vida, pero no era así, era sólo una forma de reprocharse una vez más la impotencia que sentía cuando no lograba salvar a nadie, cuando todos su años de lucha se desmoronaban en un instante, ahí se refugiaba, en el dolor ajeno. Aún no sabía que era esclavo de su mente, aún no entendía que hiciera lo que hiciera, perdería las riendas que le sofocaban cada vez que el tiempo le exigía una respuesta infame, una palabra poética, un pensamiento excelso, ahora dilucidaba entre los pantanos de la misericordia profana, y se perdía en ese laberinto que su mente había ideado llamar el vasto mundo de la llamarada eterna.

Alan Márquez  Lobato

domingo, 26 de octubre de 2008

No tuvo nada que decir

No tuvo nada que decir al respecto, sólo guardo silencio unos momentos y luego como si tratara de dibujar las estelas que creía que el tiempo hacía de su vida, se llevó la mano al rostro para limpiar el sudor frío que ahora cubría su frente. Aquel sentimiento de desdicha y decepción apareció como un extraño que poco nos recuerda algo o alguien, como si de vidas pasadas de tratase. Sin embargo, sabía perfectamente que conocía ese sentimiento de abandono. 

Injustamente sentía que era algo desconocido, algo nuevo. Mentira... tan familiar como lejano, tan triste como enfermo. Nada era diferente pensó, nada había cambiado; como si cayera una vez más en ese estado de desilusión trató de recomponer inútilmente la fantasía que hacía de aquel mural, que casi nadie contemplaba con la misma placidez que él consideraba merecía. No tenía mucho caso, y unos momentos lo entendió, luego, simplemente decidió dejarlo como un legado que sabía a nadie interesaría, en fin se decía, nada es diferente, más que la condición que ahora lo absorbe con tenues caprichos de la vida, con aquellos sentimientos que una vez más lo dejaban subordinado a la incomprensión de sus sentimientos, nada podía hacer, simplemente no podía dominarlos.

Alan Márquez Lobato