martes, 26 de abril de 2011

El aislamiento

Tienes esta incertidumbre radical donde el tiempo te hace inerte a las sensaciones de tu vida, y acompañas los quehaceres de tu rutina amagando recuerdos y recurrencias vanas que te hacen decir una y otra vez cuan arrepentido estás de tus decisiones y de las cosas que tanto has dejado escapar, sofocándote en tenues pensamientos tristes que poco a poco van consumiendo tu día. Te refugias en el aislamiento esperando hallar la paz que tanto anhelas, o buscando quizás algún grito de guerra que te despierte de tu desesperante forma de actuar.

Tienes este personaje triste y deprimente que deambula por las calles en busca de un pasatiempo o algún evento que despierte su aburrido interés. Lo aíslas en algún callejón arrinconándose y quebrantando silenciosamente su llanto, desesperado gritando en dolor interno, rasgándose el rostro y pidiendo un poco de paz. Tienes esa luna que se ilumina completa y se esconde en las nubes con cierta vergüenza.

Luego un hombre de esos que caminan con más calma que los monjes, con el atuendo sucio y manchado por las desgracias de ser humano, ve a tu personaje triste y se conduele, y busca entre el sucio abrigo algún alimento, o dulce se anima un poco esperando ser aquel que rescate a aquel hombre de la profundidad de la miseria y el vacío. Pero el samaritano no encuentra nada más que un pequeño collar que ve con melancolía. Lo sostiene y casi pueden verse sus ojos tibios, húmedos por el recuerdo o el desprendimiento al que su corazón lo ha llevado, y le entrega al hombre triste que apenas lo ve sin sorpresa, deseando que se marche para refrescarse con el aire de la noche, el collar tomando una de sus manos con ligereza para luego apretar el collar con la mano del hombre triste, mirándolo fijamente a los ojos, suplicándole por la alegría de la vida, por el derecho de estar vivo, por el agradecimiento que los hombres olvidan. El hombre triste sostiene el collar dejando correr las últimas lágrimas y observa como el samaritano se marcha pausadamente, abrigándose con aquel harapo sucio. El hombre triste observa el collar con la foto del samaritano y una niña que lo abraza con todo el amor que el mundo puede ofrecer.

El hombre triste y deprimente pone el collar en su cuello y observa como un pequeño destello de luz lo ilumina. La luna se asoma nuevamente.  

Por Alan Márquez Lobato