Fue aquella misma tarde que sus palabras se perdieron en el vacío que ahora dejaba su interlocutor, como si la fuerza que perdía cada día se viera reflejado en la lucidez de sus ideas, o en el peor de las casos, el valor de aquellas palabras descendiera conforme él mismo depreciaba sus pensamientos, que ahora escuchaba como tristes metáforas sin sentido, como palabras endebles y ajenas.
Vio como se alejaba y no pudo contener ese suspiro que le atormentaba desde que inició ese intento de reflexión que ahora le parecía, una sátira deshonrosa de la tragedia, una burla del absurdo, una alegoría de esa triste desventura de los miserables. Nunca sus palabras le habían parecido tan extrañas, tan faltas de vida, pero no era así, era sólo una forma de reprocharse una vez más la impotencia que sentía cuando no lograba salvar a nadie, cuando todos su años de lucha se desmoronaban en un instante, ahí se refugiaba, en el dolor ajeno. Aún no sabía que era esclavo de su mente, aún no entendía que hiciera lo que hiciera, perdería las riendas que le sofocaban cada vez que el tiempo le exigía una respuesta infame, una palabra poética, un pensamiento excelso, ahora dilucidaba entre los pantanos de la misericordia profana, y se perdía en ese laberinto que su mente había ideado llamar el vasto mundo de la llamarada eterna.
Alan Márquez Lobato
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