Muchas cosas se dicen de una familia, los valores y virtudes que suele procurar, la educación que contempla, el esfuerzo y la inteligencia con la que maneja la vida en conjunto de todos los seres que habitan dichos cuerpos unidos por la sangre y por amor. De todas las desventuras y tropiezos, el hombre, nosotros, como un espada que se desenvaina sin pensar, como un niño que recurre a su madre o como una gota que se vacía naturalmente sobre una hoja, de la misma forma y con el mismo contenido, buscamos a nuestra familia, concebida quizás como un ente único del cual cada uno forma parte, con sus virtudes y defectos, pero al fin y al cabo, como una sustancia importante que permite la vida de la misma.
Alguna vez se pensó que uno de los pilares que sostenía dicha gracia y aquella unión de personas extraviadas, se había ido, que tal vez todo se derrumbaría, pero con el tiempo se aprendió que estaba más cerca de lo que pudimos imaginar, momentos inefables como el sueño, en el aroma, en los objetos heredados, en las fotos, pero quizás, lo más importante, en el recuerdo, en la personalidad que cada hijo tiene de él. Porque somos nuestro pasado.
Alan Márquez Lobato
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