A esta hora nos observa, nos va rodeando con su falso espíritu, con su desesperante agonía; se atrinchera en la oscuridad mientras percibe nuestros miedos. Se rie afanoso en la solemnidad de la noche, se olvida de su nombre mientras sonríe con ese aire de muerte. Se acerca con ese extraña melancolía absurda, con esa mirada fúnebre. Observa nuestra alma, la despedaza sin tenerla, se muere por destrozarla con sus manos marchitas, con sus colmillos deshechos. Ahí está, caminando impaciente, dando vueltas mientras su llanto le ahoga los sueños extintos y corroe sus entrañas podridas. Se ríe mientras se lamenta, se hiere con lo que queda de la membrana de sus garras, y es que no sabe a dónde ir ni qué hacer, tiene ese lamento sobre su espalda que le impide correr, por ello sólo nos observa deseando nuestra voz, deseando algo más que existir, deseando con su odio un poco de fe, maldito ser. Tiene en su mirada la vid de la traición y la mentira.
Por Alan Márquez Lobato
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