Y lo hace sin arrepentimiento, sin condolerse de las plegarias inútiles que susurran aquellas voces ajenas que se agolpan en la memoria. Va tiritando alegre y desprotegido de su eternidad, adquiere una forma que parece ilustre, digna del impresionismo, camina mientras desprende horas en el suelo, momentos en el aire. Nada inquieta su mirada ni transgrede su silencio, trae consigo los recuerdos que tengo de tu voz, los pensamientos que forme cuando tus palabras pertenecieron a una dimensión lejana, a un cosmos del que nadie puede ser consciente.
Por Alan Márquez Lobato
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