De esta pared siniestra y este laberinto desesperanzador yace el alma noble del poeta, arrinconado inútilmente en la profundidad del océano, perdido y desequilibrado; busca algún indicio de vida, alguna salida que le lleve a tierra. Se arrepiente, se reprime, se olvida. Va dejando que el miedo absorba su esencia, su luz, va dejando que los secretos le arropen en una fantasmagoría que no comprende, asustado y bebiendo de la nada hasta que el silencio le envuelva.
Su cuerpo cae como en tiempo eterno, su cuerpo cae en tinieblas; su voz le clama, le súplica, su voz despierta en él, le insulta, le ruega, se pierde en él, se pierde con él. Su mirada apunto de extinguirse observa los últimos destellos de luz que serpentean la nada. Su mirada se va cubriendo de ese color ausente; su cuerpo cae y con él, la memoria de su vida, las plegarias latentes de encuentros sobrehumanos, las oraciones injustas que corrompen inocentes, las palabras ajenas de predicaciones extraordinarias que alguna vez despertaron en el poeta un sentimiento de paz, un deseo irreprimible de libertad. Ahora su alma soñaba con las últimas palabras de su creador.
Por Alan Márquez Lobato
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