lunes, 30 de diciembre de 2013

Héctor Martínez

Héctor Martínez era nuestro hermano, lo llamamos así no por un asunto religioso, ni tampoco por mera camaradería. En Kung Fu, todos tus compañeros llegan a serlo.

Te conocí en el hipódromo, siempre fuiste muy cordial y amable en tu trato con cualquier persona. En ti no cabe hablar buenas palabras porque ya no estés aquí. De verdad eras honorable. La mayor virtud que admiro es la nobleza, porque para ser noble se necesita mucho corazón, mucha seguridad de ser un hombre íntegro en medio de tanta crudeza y falsedad. No cualquiera se da la oportunidad de ser noble, tenemos muchos miedos, muchas inseguridades. Tú no, siempre te lo permitiste y hace mucha falta gente como tú, nos haces mucha falta.

Dejaste la vida a las 5.25, en Navidad, tal vez pudiste ser consciente de ello un momento y decidiste partir, tal vez sentiste paz y fue hermoso que preferiste dejarte ir a ese mundo extraño que tanto tememos. Luchaste por cerca de mes y medio en cuidados intensivos, nunca pude verte más. La última vez que te vi fue en el estreno de nuestro proyecto; lucías contento, bromeabas como siempre. No recuerdo bien cuándo nos despedimos. Dejé de procurarlos pensando en dejarlos descansar de mí, y tuve la intención de llamarles para reunirnos de nuevo, una posada tal vez, incluso ideé la fecha. Todo fue muy rápido, creo, no lo sé, no pude hablarte ni saber cómo estabas. Eso me destroza. 

Me duele mucho que ya no estés aquí, ni saber que podré acudir a ti cuando una nueva idea salté por mi cabeza, una nueva película, un nuevo proyecto, golpear tambores, cimbrar la tierra con los pasos del león. ¿Qué hacemos ahora Héctor?

Nunca pude agradecerte lo suficiente toda tu hermandad, tu ayuda para cumplir un sueño mío, me acompañaste a cumplirlo con toda tu entrega, con toda tu fe en ello. Cómo te agradezco eso Héctor, qué hago ahora que me quedo a la mitad del camino sin saber dónde encontrarte. A dónde mando todas mis palabras, mis oraciones y mi fe en ti.

Por el momento trato de lidiar con ello. Lo cierto es que un día tocaré el tambor tan fuerte tratando de que escuches el sonido de nuestro respeto y amor por todo lo que hiciste en vida, por toda tu bondad.

Siempre que salías de viaje nos traías un recuerdo. Cuando fuiste a Colima me regalaste unas baquetas hechas de una madera especial. En una exhibición se trozaron, y como un reto me decías que traerías otras con una madera más fuerte. Gracias por eso, gracias por tu amor al Kung Fu, al latido de los tambores, al latido de nuestro sueños. 

Te honraremos hermano.

Héctor Antonio Martínez

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