[Durante un instante la muerte se soltó a sí misma, se expandióa hasta las paredes, llenó todo el cuarto, y se alongó como un fluido hasta la sala de estar contigua, ahí una parte de sí misma se detuvo a mirar el cuaderno que estaba abierto sobre una silla, era la suite número seis opos mil doce en re mayor de Johann Sebastian Bach compuesta en cóthén y no necesitó haber aprendiddo música para saber que fue escrita, como la nona sinfonía de beethoven, en la tonalidad de la alegría, de la unidaa de los hombres, de la amistad y del amor. Entonces sucedió algo que nunca visto, algo no imaginable, la muerte se dejó caer sobre las rodillas, y piernas, y pies, y brazos, y manos, y una cara que escondía entre las manos, y unos hombros que temblaban no se sabe por qué, llorar no será, no se puede pedir tanto a quien siempre deja un rastro de lágrimas por donde pasa, pero ninguna de ellas suya.]
José Saramago. Las intermitencias de la muerte. 1998
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