Permitió que el miedo lo cubriera, como un manantial desbordándose en su interior. Escuchó melodías ajenas y se sintió aún más extraño, luego se llevó las manos a los ojos cansados. Permitió que el sonido se disipará y que el silencio cubriera su voz. Le tomó algunos segundos darse cuenta del tiempo que había perdido, le tomó años darse cuenta que el destino estaba escrito. No había gesto alguno que dibujara un sentimiento, se remitió al pasado, al aire dulce que envolvía sus anhelos.
La luz se hizo difusa y el encanto de ese presente incierto se hizo un eco de nada. Su deseo no está escrito, su deseo se perdió junto con las escrituras que se perdieron en el cielo. Aún cuando la luna resplandece sus pasos se acercan tristes hacia la morada de los sueños, allá donde la voz se hace eco y la mirada absorbe el alma.
Dejó que el miedo se hiciera latente y que su voz se extinguiera en el océano de la nada. Palpó los sueños y aspiró el aire dulce que dejó su miedo.
Por Alan Márquez Lobato
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