miércoles, 6 de noviembre de 2013

La palabra

[En el momento en el que el lenguaje, como palabra esparcida, se convierte en objeto de conocimiento, he aquí que reaparece bajo una modalidad estrictamente opuesta: silenciosa, cauta deposición de la palabra sobre la blancura de un papel en el que no puede tener ni sonoridad ni interlocutor, donde no hay otra cosa que decir que no sea ella misma, no hay otra cosa que hacer que centellear en el fulgor de su ser.]

Michael Foucault. Las palabras y las cosas. 1968

jueves, 22 de agosto de 2013

Las ideas

"Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión, y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean; por ello mismo, las ideas dominantes de la época."

Carlos Marx & Federico Engels. La Ideología Alemana. 1846

miércoles, 14 de agosto de 2013

La Tortura

Enrique Saint Martín y Gilberto Corrales en la obra
"La Tortura" por Backstage Producciones

viernes, 9 de agosto de 2013

El arte y la verdad

"Tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad"

Friedrich Nietzsche. Fragmentos Póstumos No. 822 (1887-1889)

jueves, 8 de agosto de 2013

Luna

[Entiendo que no puedo suplicarle una vez más
pero nada se detiene, solo vivo para ti
Dame sólo un beso que me alcance hasta morir
como un vicio que me duele quiero mirarte a los ojos

Luna
no me abandones más
que tiendo a recuperarme en la cuna de tus crateres

Silencio
se abre la tierra y se alzan los mares al compas del volcán
Y cuando te me acercas se acelera mi motor
me das fiebre, me hago fuego y me vulevo a consumir
Dame solo un beso que me alcance hasta morir
como un vicio que me duele quiero mirarte a los ojos


Luna 
no me abandones más
que tiendo a recuperarme en la cuna de tus crateres

Silencio
se abre la tierra y se alzan los mares al compas del volcán]

Luna. Zoe

miércoles, 24 de julio de 2013

Querido y remoto muchacho

[Me pedís consejos, pero no te los puedo dar en una simple carta, ni siquiera con las ideas de mis ensa­yos, que no corresponden tanto a lo que verdadera­mente soy sino a lo que querría, ser, si no estuviera encarnado en esta carroña podrida o a punto de po­drirse que es mi cuerpo. No te puedo ayudar con esas solas ideas, bamboleantes en el tumulto de mis fic­ciones como esas boyas ancladas en la costa sacudi­das por la furia de la tempestad. Más bien podría ayu­darte (y quizá lo he hecho) con esa mezcla de ideas con fantasmas vociferantes o silenciosos que salieron de mi interior en las novelas, que se odian o se aman, se apoyan o se destruyen, apoyándome y destruyén­dome a mí mismo.

No rehuyo darte la mano que desde tan lejos me pedís. Pero lo que puedo decirte en una carta vale muy poco, a veces menos que lo que podría animarte con una mirada, con un café que tomáramos juntos, con alguna caminata en este laberinto de Buenos Aires.

Te desanimás porque no sé quién te dijo no sé qué. Pero ese amigo o conocido (qué palabra más falaz!) está demasiado cerca para juzgarte, se siente incli­nado a pensar que porque comés como él es tu igual; o, ya que te niega, de alguna manera es superior a vos. Es una tentación comprensible: si uno come con un hombre que escaló el Himalaya, observando con sufi­ciencia cómo toma el cuchillo, uno incurre en la ten­tación de considerarse su igual o su superior, olvidan­do (tratando de olvidar) que lo que está en juego para ese juicio es el Himalaya, no la comida.

Tendrás infinidad de veces que perdonar ese géne­ro de insolencia.

La verdadera justicia sólo la recibirás de seres ex­cepcionales, dotados de modestia y sensibilidad, de lucidez y generosa comprensión. Cuando aquel resen­tido de Sainte-Beuve afirmó que jamás ese payaso de Stendhal podría hacer una obra maestra, Balzac dijo lo contrario. Pero es natural: Balzac había escri­to La Comedia Humana y ese caballero una novelita cuyo nombre no recuerdo. De Brahms se rieron tipos semejantes a Sainte-Beuve: cómo ese gordo iba a hacer algo importante? Un tal Hugo Wolf sentenció en el estreno de la cuarta sinfonía: "Nunca antes en una obra lo trivial, lo vacuo y engañoso estuvieron más presentes. El arte de componer sin ideas ni ins­piración ha encontrado en Brahms su digno repre­sentante". Mientras que Schumann, el maravilloso Schumann, el desdichadísimo Schumann afirmó que había surgido el músico del siglo. Es que para admirar se necesita grandeza, aunque parezca paradójico. Y por eso tan pocas veces el creador es reconocido por sus contemporáneos: lo hace casi siempre la posteri­dad, o al menos esa especie de posteridad contempo­ránea que es el extranjero. La gente que está lejos. La que no ve cómo tomás el café o te vestís. Si eso le pasó a Stendhal y Brahms, cómo podés desanimarte por lo que diga un simple conocido que vive al lado de tu casa? Cuando apareció el primer tomo de Proust (después que Gide tirara los manuscritos al canasto), un cierto Henri Ghéon escribió que ese autor se había "encarnizado en hacer lo que es propiamente lo con­trario de una obra de arte, el inventario de sus sensa­ciones, el censo de sus conocimientos, en un cuadro sucesivo, jamás de conjunto, nunca entero, de la mo­vilidad de los paisajes y las almas". Es decir, ese presuntuoso critica casi lo que es la esencia del ge­nio proustiano.

¿En qué Banco de la Justicia Universal se pagará a Brahms el dolor que sintió, que inevitablemente hubo de sentir aquella noche en que él mismo tocaba el piano en su primer concierto para: piano y orquesta? Cuando lo silbaron y le arrojaron basura? No ya Brahms, detrás de una sola y modesta canción de Dis­cépolo, cuánto dolor hay, cuánta tristeza acumulada, cuánta desolación.

Me basta ver uno de tus cuentos. Sí, ya lo creo que un día podés llegar a hacer algo grande. ¿Pero estás dispuesto a sufrir todos esos horrores? Me decís que estás perdido, vacilante, que no sabés qué hacer, que yo tengo la obligación de decirte una palabra.

¡Una palabra! Tendría que callarme, lo que podrías interpretar como una atroz indiferencia, o tendría que hablarte durante días, o vivir con vos durante años, y a veces hablar y a veces callar o caminar juntos por ahí sin decirnos nada, como cuando se muere al­guien que queremos mucho y cuando comprendemos que las palabras son irrisorias o torpemente inefica­ces. Sólo el arte de los otros artistas te salva en esos momentos, te consuela, te ayuda. Sólo te es útil (qué espanto!) el padecimiento de los seres grandes que te han precedido en ese calvario.

Es entonces cuando además del talento o del genio necesitarás de otros atributos espirituales: el coraje para decir tu verdad, la tenacidad para seguir ade­lante, una curiosa mezcla de fe en lo que tenés que decir y de reiterado descreimiento en tus fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arro­gancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo, para rehuir la tentación pero también el peligro de los grupitos, de las gale­rías de espejos. En esos instantes te ayudará el re­cuerdo de los que escribieron solos: en un barco, como Melville; en una selva, como Hemingway; en un pue­blito, como Faulkner. Si estás dispuesto a sufrir, a des­garrarte, a soportar la mezquindad y la malevolencia, la incomprensión y la estupidez, el resentimiento y la infinita Soledad, entonces sí, querido B: estás pre­parado para dar tu testimonio. Pero, para colmo, na­die te podrá garantizar lo porvenir, porvenir que en cualquier caso es triste: si fracasás, porque el fracaso es siempre penoso y, en el artista, es trá­gico, si triunfás, porque el triunfo es siempre una especie de vulgaridad, una suma de malentendi­dos, un manoseo; convirtiéndote en esa asquerosi­dad que se llama un hombre público, y con derecho (¿con derecho?) un chico como vos mismo eras al comienzo te podrá escupir. Y también deberás aguan­tar esa injusticia, agachar el lomo y seguir produ­ciendo tu obra, como quien levanta una estatua en un chiquero. Leé a Pavese: "Haberte vaciado por en­tero de vos mismo, porque no sólo has descargado lo que sabés de vos sino también lo que sospechás y suponés, así como tus estremecimientos, tus fantas­mas, tu vida inconciente. Y haberlo hecho con soste­nida fatiga y tensión, con cautela y temblor, con des­cubrimientos y fracasos. Haberlo hecho de modo que toda la vida se concentrara en ese punto, y advertir que es como nada si no lo acoge y da calor un signo humano, una palabra, una presencia. Y morir de frío, hablar en el desierto, estar solo día y noche como un muerto".

Pero sí, oirás de pronto esa palabra —como ahora, donde esté Pavese oye la nuestra—, sentirás la anhe­lada presencia, el esperado signo de un ser que desde otra isla oye tus gritos, alguien que entenderá tus gestos, que será capaz de descifrar tu clave. Y enton­ces tendrás fuerzas para seguir adelante, por un momento no sentirás el gruñido de los cerdos. Aunque sea por un fugitivo instante, verás la eternidad.

No sé cuándo, en qué momento de desilusión Brahms hizo sonar esas melancólicas trompas que oímos en el primer movimiento de su primera sinfonía. Quizá no tuvo fe en las respuestas, porque tardó trece años (¡trece años!) para volver sobre esa obra. Habría per­dido la esperanza, habría sido escupido por alguien, habría oído risas a sus espaldas, habría creído adver­tir equívocas miradas. Pero aquel llamado de las trompas atravesó los tiempos y de pronto, vos o yo, abatidos por la pesadumbre, las oímos y comprende­mos que, por deber hacia aquel desdichado tenemos que responder con algún signo que le indique que lo comprendimos.

Estoy mal, ahora. Mañana, o dentro de un tiempo seguiré.]

Ernesto Sabato. Abaddón, el Exterminador. 1974

lunes, 10 de junio de 2013

Comunicación

La comunicación es la matriz en la que están enclavadas todas las actividades humanas […] y el denominador común de los distintos campos de las ciencias sociales […], fundamento de una teoría unitaria del comportamiento humano […]. Ahí donde se considera la relación entre entidades nos encontramos con problemas de comunicación […]. Estar interesados en la comunicación pasa a ser sinónimo de asumir una posición científica definida que dirige sus puntos de vista e intereses sobre las relaciones humanas […]. Una comunicación exitosa pasa a ser sinónimo de adaptación y vida […]. Todas las anormalidades de la conducta son consideradas como disturbios de la comunicación […]. La terapia psiquiátrica tiene como objetivo el mejoramiento del sistema de comunicación del paciente.

Ruesch y Bateson. Citado por Antonio Pasquali. Comprender la comunicación. 2007