Caen las gotas cenizas cubiertas de locura, amartillan, gangrenan y devoran la fragilidad de vida, desarmado sin esperanza, destazan mis anhelos, supuran mi sangre, asfixian mi amor, destapan mi locura que sufragan los espíritus roedores que se alimentan de la tristeza y desesperanza.
Veo el alma escaparse y rondar las cercanías de la eternidad, huye de mi desgracia pero nada puede hacer que seguir atado a mi realidad enferma. Terrores sobre miedo envolvente que se agolpan como si un coloso enardecido abriera mis entrañas. Se nubla la realidad, se transfigura, se corrompe atrincherada en los últimos rincones de la tragedia.
Roen mis huesos, los trituran a marcapasos sigilosos; son demonios, son hitos, son seres que deambulan esperando mi derrota; yo desvanezco, no puedo huir, no hay soles que iluminen mi porvenir. Caen las gotas cenizas y cubren el sabor de mi boca, amargo, me compadezco de la miseria, de los pasos delirantes que acompañan mi esfuerzo inútil.
La roca pesa, quema, desvanece mis palmas, sangra mi alma, la roca cae nuevamente sobre mí y yo con ella, me corrompo, muero, pero sigo vivo, la roca espera, sube de nuevo y cae una y otra vez sobre la miseria.
Caen las gotas cubiertas de ceniza y se escapan recuerdos que traen la gloria, los sueños, las utopías vivas que disfrazan mi desesperación, no hay nada nuevo, yo sigo aquí, desesperanzado, no comprendo, y una voz como eco frío sin vida me dice mientras pienso en el color del cielo, no tienes que hacerlo.
Alan Márquez Lobato